Hola. Bueno, la verdad nunca fui muy bueno escribiendo cartas, pero trataré de empezar por esta. Siempre supe que para iniciar un buen libro o algún escrito debes comenzar con algo impactante o curioso para enganchar al lector... y bueno, definitivamente no he empezado de una forma muy entretenida que digamos.
Bueno, la pregunta ahora es con qué iniciar esta carta para que no te aburra... te contaré cómo amaneció Lima hoy. Como sabrás, octubre es un mes raro en nuestra ciudad. Las calles tan de asfalto como siempre se ven vestidas del morado de cuerpos que viajan movidos por fe en las veredas y pistas del centro, bajo un cielo cada vez más gris... por la pena, por los cantos que reflejan el amor a un dios que a veces pareciera que no puede hacer nada por nadie, ni por sus destinos, ni por cada deseo que expresan en sus miradas...
Si, hoy se inicia la procesión, y el tráfico ha sido realmente un caos. Llegué tarde al trabajo, mi jefe, olvidó la hermandad limeña, el amor a las costumbres y aquella marcha de sentimientos que alaban al cristo morado y me puteó como nunca antes por mi tardanza. María, la secretaría, me miraba con ojos llorosos, parecía que nunca antes había escuchado al buen don Amador tan molesto. Según me comentó rato después, su amargura fue causada por su mujer. Así es, como lo lees, la buena y no tan bella señora Castilla le adornó la frente con un par de cornucopias, pero no llenas de oro, de las moneditas tan lindas y necesarias que aparecen en nuestro escudo, sino los clásicos cuernos que todo hombre teme recibir. Parece ser, que esta vez el viejo y conocido dicho ue sentencia “tu hijo es del lechero”, no fue una realidad lejana a la de Amador.
Imagínate, el pequeño Esteban, ese pequeño gordito con cara de pez, no era un Castilla de sangre. Bueno, quién soy para andarte contando las intimidades de mi jefe, para eso esta María. Si quieres saber más, le digo que escriba un resumen de la historia completa.
No conforme con los politicamente incorrectos saludos a mi señora madre, el buen Don Amadorcito me mandó hacer mil y un trabajos en la oficina. Vaya que andaba de mal humor. Tuve que trabajar hasta las 9, mucho más de las ocho horas, y me jodió, porque para ser sinceros, hace mucho que existe esa bendita ley del trabajador, aunque casi nadie la respeta.
Al salir, endulcé mi amargura con un rico turrón de Doña Pepa, uno de esos que debes extrañar por allá. ¿Recuerdas cuando salíamos de la oficina a comprar ansiosos el turroncito que siempre servía de postre a nuestras noches?. Me acordé de ti en cada mordida, recuerdo mucho esas noches. Luego, algo cansado, fui a caminar por el centro. Vaya que está muy peligroso. Vi como unos niños robaban a gente que salía de las iglesias, a un par de viejitas. No pude alcanzarlos. Cuando escuché el grito de “¡ratero!”ya era tarde, estaban muy lejos.
A veces creo que es bueno que te hayas ido. Porque tú no mereces un lugar como este. Tu mereces algo mucho mejor.
Si te preguntas cómo estoy, te diría que sigo siendo el mismo. Un poco más flaco, algo menos ágil, pero siempre el mismo. Sigo teniendo esa mirada triste que decías te gustaba. Pero estoy bien. El trabajo está fregado pero nadie se puede dar el lujo de escoger aquí. Ahora hay que hacerse de mil y un oficios para conseguir uno. Por suerte todo está estable en el mío, si no fuera así estaría como tu dices, todo jodido, sin dinero, sin oficio más que el de amarte, sin amor, sin ti.
Te extraño sabes. Pero no me quiero poner triste. Dicen que las palabras dichas se las lleva el viento, pero cuando son escritas tienen otra sazón, porque pueden ser leídas y releídas y con esto se puede volver a sentir lo que dicen. Y ya me conoces, suelo ser tan bruto al hablar, peor al escribir...
Pero te extraño, y la verdad no tengo más que contarte que eso. Por lo menos en mi vida, además del trabajo y la ciudad está cada recuerdo en cada rincón de este mundo que hice y rehice a tus pies. Pero en fin, ninguna palabra va a poder hacerte volver. Este 15 se cumple un año del que no estás. ¿Qué rápido sucede todo verdad? Parece ayer que te conocí bailando El último de la fila en esa discoteca. Que sonriente te veías. Ya vez, tu recuerdo se escurre hasta en las canciones.
Hace dos semanas que no sé nada sobre ti. Me pediste que no te llamara, por eso te escribo. Espero que estés bien. Que las cosas en el trabajo estén mejor. ¿Cuéntame por favor cómo fue eso de la niña que curaste? ¿Supieron al final de qué tuvo?
En fin, no hay más que decir por hoy. Bueno, realmente hay muchas cosas que prefiero callar para no hacer que el gris del cielo entre por mis pupilas y las haga llover. Ni en las tuyas.
Espero tu respuesta.
Un beso.
Rafo.